Este texto es una invitación a ver las cosas difíciles que nos ocurren de una manera serena. Cada situación, más allá de lo complicada que sea, se resuelve con una gota de calma.
Preocuparse es, de manera literal, angustiarse con demasiada anticipación.
Casi todos nosotros, con relativa frecuencia, caemos en la errada idea de ‘madrugarles’ a las preocupaciones y nos la pasamos pensando, una y otra vez, en los problemas.
A veces ni dormimos y casi que ni comemos pensando en lo que “nos podría pasar”.
Al incurrir en esa forma de actuar, algo obsesiva, atraemos más dolores de cabeza y no nos damos cuenta de que lo único que hacemos es que las situaciones nos tomen ventaja y nos hagan tocar fondo.
Cuando nos dejamos agobiar, ya sea por los problemas económicos, familiares, laborales o afectivos, nos volvemos melancólicos y malgeniados.
El asunto se agrava cuando mezclamos todas nuestras preocupaciones, atosigando nuestras mentes y desesperándonos más.
Incluso solemos reproducir más miedos o creamos nuevos temores que, en más de una ocasión, no tienen razón de ser.
Si seguimos perturbando a toda hora nuestros pensamientos, terminamos frustrados y nos sentimos fracasados.
Eso, de alguna forma, nos hace proyectar una actitud muy negativa frente a la vida misma.
Sea cual sea la razón de tanta preocupación, si nos pasamos de la raya nos enfermamos, sin contar que evidenciamos nuestra falta de habilidad para encontrar soluciones viables y rápidas a las vicisitudes.
Debo aclarar que la idea no es ‘sacarles el quite’ a los problemas, ni mucho menos ser irresponsables.
De lo que se trata es de aprender a manejar cada obstáculo con una gota de serenidad.
¿Cómo lograrlo?
Con un poco de orden en los pensamientos es posible aprender a controlar nuestras mentes y, de paso, evitar que una idea nos agobie durante las 24 horas del día.
Lo anterior implica no especular sobre lo que nos pueda pasar; al menos hasta tanto estén contemplados los ‘pro’ y los ‘contra’ de cada hecho.
El paso a seguir es identificar si la solución a eso que tanto nos asfixia está o no en nuestras manos.
Y esa respuesta casi siempre se da cuando somos capaces de identificar cada una de las causas que están generando nuestras problemáticas.
Cuando se tiene ese diagnóstico, podemos diseñar las acciones a seguir.
Porque lo importante es concentrarnos solo en resolver lo que está a nuestro alcance.
Así que lo más conveniente es aprender a independizar las preocupaciones y enfrentarlas una por una.
Ojo: Es preciso tener varios planes a la vista. Esto nos permitirá sentir que en realidad tenemos el control de la situación.
Una de las ventajas que tiene esta estrategia es que, al diseñar varias opciones sabremos que alguna de ellas se cristalizará.
Así las cosas, en lugar de estar pensando en los problemas todo el día, estaremos más serenos, haremos gala de una mayor claridad mental y les buscaremos respuestas a las cosas que nos inquietan.
Si por más que utilizamos esta metodología percibimos que las situaciones están a punto de salírsenos de nuestras manos, podemos orar para que Dios nos dé la claridad necesaria y no nos afanemos.
Y si por algún motivo somos incrédulos y vemos que el tema no nos deja dormir, podremos entonces buscar la orientación profesional en una persona idónea, como un abogado, un economista, un sicólogo o un sacerdote o pastor, según sea la angustia que nos atosigue.
La clave es no dejar crecer nuestros niveles de estrés ni asumir pensamientos desalentadores.
Debemos recuperar la confianza y entender que cuando menos lo esperemos todos nos saldrá bien.
Fuente: Vanguardia
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