Los tenemos superados. A los teléfonos móviles. Ya forman parte de la jungla de objetos que portamos cada día. Nos hacen la vida más fácil. Porque, a pesar que todavía haya quien los vea como un aparato para hacer llamadas, nos miniordenadores en donde alojamos nuestra vida entera. Al calor de la sensorización de la sociedad, los dispositivos llamados «wearables» -ponibles, en español- siguen su cruzada.
Estos aparatos por así decirlo han mutado en múltiples formas. Bajó el capó de muchas propuestas se encuentran microchips, sensores y un largo ecosistema casi invisible e incomprensible para un usuario medio que prometen hacer más cómodas algunas actividades. Se llevaba tiempo reclamando en la industria, pero no ha sido hasta que Google y Levi’s, unidos a través de Project Jacquard, han decidido diseñar una chaqueta inteligente. Bueno, inteligente, inteligente no lo es. Tal vez tampoco lo pretenda.
Esta prenda incorpora unas conectividades que llegan hasta el teléfono móvil. Con ella puesta el usuario puede realizar algunas funciones (limitadas, eso sí) como controlar el volumen del reproductor de música, establecer llamadas telefónicas o recibir impulsos desde la aplicación Google Maps, algo útil por ejemplo cuando caminas y necesitas orientarte. Una operación más rápida que requerir la extracción del terminal del bolsillo y hacerlo de manera manual. El proyecto tiene en claro lo que pretende hacer: diseñar prendas tecnológicas o inteligentes. El secreto de esta «cazadora» se encuentra en sus 15 hilos conductores que van entretejidos en la tela y que confieren sensibilidad al tacto.
Esta primera chaqueta vaquera de estilo «vintage» está, por ahora, disponible únicamente en algunos puntos de venta en EE.UU. Su precio, algo descabellado, la verdad: 350 dólares. Una cifra que la convierte, de facto, en moda exclusiva y diferencial. Como los teléfonos móviles inteligentes en sus inicios. No deja de ser un experimento curioso que, más allá de de su intencionalidad, ambas marcas ya han logrado lo que pretendían, un reclamo publicitario.
Algunos prometedores ensayos, pero solo ensayos
Acerca de la «ropa inteligente» se han visto numerosos proyectos, mejor o peor desarrollados. La «startup» española First1Vision creó una camiseta pensada para el deporte. Tuvo bastante repercusión. Otro español, Xavier Verdaguer, pensó en su caso una sudadera pensada para leer «tuits». Sí, como lo leen. Con algunas prácticas funciones, la cosa quedó ahí.
Hasta Nike más recientemente ha logrado integrar en unas camisetas un chip NFC para obtener información útil para generar estadísticas de los jugadores de la NBA. Intel, el gran proveedor de componentes informáticos, no dejó indiferente a nadie con su Butterfly Dress, un vestido con sensores de proximidad y fibras ópticas para crear asombrosas representaciones si se estimula con impulsos eléctricos externos. El resultado era, cuanto menos, curioso, pero muy probablemente jamás lo lleve una persona en la calle. Otro ejemplo se encuentra en los proyectos iniciados en el Instituto Tecnológico Textil (AITEX), que entre otras cosas ha desarrollado un nuevo tejido para ropa de bebé para evitar las radiaciones ultravioleta. Se caracteriza por sus propiedades antimicrobianas y por su elevado nivel de protección frente a la radiación ultravioleta.
Más márketing que otra cosa
Pero, siendo sinceros, ¿tiene sentido la ropa inteligente? ¿Tiene futuro? «Los usos de los wearables necesitan diferenciarse de aquello que ya ofrecen los smartphones», sostiene Angela McIntyre, de la consultora Gartner. En el caso de Google y Levi’s, que dos empresas antagónicas se unan para meterse en el mercado de la moda inteligente es una decisión «muy buena» para Pedro Diezma, fundador y responsable de la empresa española Zerintia, que se encarga de desarrollos para «wearables». Uno de sus últimos inventos ha sido un chaleco pensado para profesionales de la construcción y que les permite, gracias a una serie de sensores desplegados, una detección de las caídas y gases tóxicos.
En su opinión, la llamada «moda inteligente» aún le queda tiempo para su boom comercial, pero si surgen nuevas alianzas entre empresas textiles y tecnológicas puede «incentivar a que otras marcas del sector se lance». El estado de esta tecnología se encuentra, por ahora, en una fase demasiado experimental. «Este tipo de cosas sirve para medir el curso del mercado y ver la demanda final que tiene». sostiene Diezma, al tiempo que recalca el acierto como reclamo de marketing para ambas firmas.
Batería y usos como la madeja a resolver
Aunque esta tecnología puede decirse que solo encuentra el límite en la imaginación, lo cierto es que el de la ropa inteligente es un mercado que «todavía no ha explotado» salvo en contados nichos enfocados a profesionales. «Estamos al inicio de una buena revolución, pero hace falta ver qué usos tiene». Dado su fuerte componente experimental, la evolución de este tipo de propuestas dependerá, en parte, a la capacidad para resolver tres de los principales obstáculos.
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