Infobae compartió una clase con un joven no vidente para
conocer cómo se juega este deporte adaptado que hace pocos años llegó al país.
Su experiencia muestra cómo lo auditivo reemplaza lo visual, desarrolla
capacidades para desplazarse y orientarse, y genera una herramienta de
integración e inclusión.
Por Graciela Gioberchio
Como cada miércoles a la tarde, Andrés Terrile (29)
llega al predio de la Asociación Vecinal Florentino Ameghino, en Boedo. Saluda
a sus compañeros y profesores entre bromas y expresiones de entusiasmo por lo
que sucederá en las próximas dos horas. Descarta todos los abrigos y se prepara
para la entrada en calor. Estira las piernas y mueve sus brazos, una y otra
vez, hacia adelante y hacia atrás, arriba y abajo. Abre el bolso y saca su
raqueta. "¡Vamos, vamos!", anima mientras se acerca a la cancha donde
los instructores terminan de colocar la red.
"Esperemos que hoy el viento
no nos joda demasiado", dice esperanzado. Andrés es ciego de
nacimiento y está listo para jugar al tenis.
Aprender a jugar este deporte no es nada fácil. Y aprender
a jugarlo sin poder ver quizás resulte impensable. Pero no lo es. En buena
hora, la igualdad de derechos para realizar actividad física comenzó a
naturalizarse en las últimas décadas y alcanzó su punto más alto con la
inclusión de los deportes adaptados: básquet en silla de ruedas, la aparición
de Los Murciélagos -flamantes subcampeones del mundo en la especialidad- fútbol
y bochas para personas con parálisis cerebral y muchos otros. Desde hace siete
años aproximadamente, en la Argentina se sumó uno más a la lista: el tenis
para ciegos.
La experiencia de Andrés comenzó a fines de 2014 cuando
conoció a una profesora de tenis que le propuso probar la nueva modalidad para
personas con ceguera total o con algún grado de disminución en la vista.
"Siempre digo que llegué al tenis de casualidad. Ella me insistió y le di
el gusto, no quise quedar tan testarudo", contó entre risas a Infobae. "Terminé
descubriendo un deporte que no sabía que las personas ciegas podíamos practicar.
Me llevó tiempo aprender. Necesité tres clases hasta que le pegué a la pelota.
Pero de a poco fui ganando destreza y fui incorporando la raqueta como una
prolongación de mi cuerpo. Recuerdo el día que uno de mis compañeros de juego
me tiró una pelota y se la pude devolver: ¡Fue glorioso!"
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