Varias expertas en terapia de pareja determinan qué
comportamientos observan en consulta para saber cuándo el amor hace tiempo que
se ha terminado.
El amor parece haberse convertido en un objeto de consumo de
usar y tirar. Tinder ha
provocado que, ante tanta oferta, cueste apostar por alguien a largo plazo
porque siempre parece que haya más dónde elegir. Esto nos da miedo aferrarnos a
una persona, pero la realidad es que nos sigue dando mucho más miedo
soltarla. Dar el paso de dejar una relación sigue siendo complejo por
mucho que pensemos que al otro lado nos espera Tinder. O quizás precisamente
por eso.
La coach Raquel Gargallo apunta a que, generalmente, lo que
cuesta asumir es que “la relación ha cumplido ya su función en nuestras vidas y
hay que buscar otra forma de relacionarse entre los dos”. Esto se debe a otra
cuestión de fondo, que “no aceptamos que la vida, las relaciones y los sentimientos
son flexibles, evolucionan, cambian y hay que cuidarlos”, pero sobre todo que
no aceptamos “que es posible que cambie la forma en que nos quieren y
queremos”.
Teniendo en cuenta que se trata de realidades que cuesta de
ver, generalmente el momento de romper una relación no llega por qué sí,
sino tras un punto de inflexión. Sobre esta cuestión, la psicóloga Zoraida
Granados añade que esa reflexión llega en circunstancias especiales,
no en mitad de la rutina, sino cuando “se requiere de la otra persona, no sólo
como pareja; si no como compañero, amigo o apoyo”, y nos damos cuesta de que ya
nada es lo que era. “Esos momentos de ‘darse cuenta’ pueden ser más o menos
conscientes o ser obviados. Y producen sensación de irrealidad, miedo y
frustración”.
Pero, ¿hay realmente señales claras que anuncian que es el
momento de dejar definitivamente la relación? ¿Puede que quizás aún haya
esperanza para el amor? Ambas expertas analizan algunas señales claves, que
hacen distinguir en terapia a aquellas parejas que solo necesitan trabajar sus
problemas, de aquellas que quizás deberían aprender a decirse adiós con un te quiero.
1. Se ha perdido la confianza mutua. “Este es uno de
los principales síntomas de las parejas que vienen y podemos percibir que
pueden estar totalmente rotas, sin vuelta atrás. No siempre es así pero es un
factor determinante”, insiste Gargallo. “La confianza en el otro nos aporta una
seguridad para crecer, ser y formar equipo, y si se rompe es complicado de
restablecerla, menos por nosotros mismos”. Si bien lo primero que viene a la
mente es una posible infidelidad, lo cierto es que hay otros muchos motivos
para perder la confianza mutua. Hay parejas que sí son capaces de restablecer
la confianza después de un engaño, todo depende en realidad de cada persona.
2. No hay signos de complicidad. Es difícil definir qué
es lo que compone una pareja, pero una de las palabras que podría acercarse es
la de dos personas que tienen una complicidad especial. Si esta ya no se
percibe, desde luego todo apunta mal. Así, Granados reflexiona que en consulta
suele fijarse en “cómo se ubican, se sientan en los sillones, la cercanía, si
se aproximan, se tocan, se apoyan, animan a hablar o expresarse a su pareja,
respetan los turnos de palabras, o los acaparan, o todo lo contrario”. Cuando
parecen dos personas ajenas a esos gestos, que antes les definían, quiere decir
que hace tiempo que tomaron caminos separados.
3. Se ha entrado en una dinámica tóxica. Suele hablarse
de personas tóxicas, pero muchas veces el problema no es la persona en sí, sino
la dinámica tóxica en la que dos personas parecen perderse y de la que a veces
ya no saben cómo salir, para dejar de hacerse daño el uno al otro. A veces es
una cuestión de agresividad, otras de falta de respeto, pero también pueden ser
codependencias o roles que acaban por destruir la pareja. “Muchas personas
creen y normalizan esta forma de tratarse, de hecho vienen convencidos a las
sesiones de que eso no importa, y no se dan cuenta del daño que se están
haciendo. No hay límites en ellos y pierden constantemente la oportunidad de
reconstruir su relación”, argumenta Gargallo.
4. Uno de los dos (o los dos) no quiere cambiar. Todo el
mundo evoluciona y cambia de manera inconsciente, pero hay otros cambios que
precisan de reconocimiento, trabajo y esfuerzo, y no todo el mundo está
dispuesto a eso. En este sentido Zoraida Granados explica que son habituales
los casos en los que uno de los dos, o los dos, argumentan que “la que tiene
que cambiar es él/ella, yo así estoy bien o no tengo un problema”. A este
respecto aclara que poco se puede hacer, si uno de los dos no quiere entender
que “la pareja, para ser denominada como tal, deben formarla dos personas, y
ambas dos deben tener la misma responsabilidad, esfuerzo, dedicación y cuidado
en ese compromiso”.
5. Ya no se tienen los mismos planes de vida. Puede ser
que al conocernos los dos soñarais con ir a vivir a París, o con tener cuatro
hijos en una casita de campo. Pero con el tiempo las perspectivas de la vida
cambian y puede que ya no se coincida. Y renunciar a nuestros sueños supondría
un gran peso a largo plazo. “La posibilidad de que puede que no queramos lo
mismo da tanto miedo, que la gente prefiere no mirar, seguir caminando y tener
anclas para mantener o mantenerse con la persona al lado, con hijos, con
compromisos, con hipotecas…”, insiste Gargallo, que aconseja que es mejor ser
sincero con uno mismo y con la otra persona antes de arrepentirse para siempre.
6. El sexo también es dañino. La sexualidad entre una
pareja debería ser una forma de unirse, de sentirse plenos y de conectar, pero
en ocasiones acaba por ser uno de los motivos de ruptura. No tanto porque
surjan dificultades, que se pueden superar, sino porque se convierte en una
forma de utilizar al otro o de hacerle sentir mal. En este sentido, se dan
casos en los que, según Granados, se observa como “un miembro de la pareja,
limita, manipula, coarta la libertad en la toma de decisiones como tener o no
sexo, o incluso el uso o no de anticonceptivos”. En este caso, el trabajo está
en que la otra parte despierte y huya buscando una relación mucho más sana.
7. El amor se ha acabado: Finalmente, aunque uno se
empeñe en trabajar mucho la relación y en poner de su parte, no siempre somos
dueños de los sentimientos propios y mucho menos de los ajenos. Por ello, a
veces es tan sencillo como que el amor se ha acabado, al menos, para una de las
partes. Y estas despedidas son las que más cuestan, porque siempre queda el
cariño y el miedo a hacer daño. “Hay muchas personas que intentan todo antes de
asumir que no quieren a la persona de la misma forma que cuando decidieron
elegirla para vivir con ella, para casarse… Esto les hace mentirse a ellos
mismos y a la otra persona, siendo infelices e intentando buscar escapatoria en
otros aspectos, estar siempre con otras personas, trabajar 24 horas al día,
huir cada vez que es posible de estar con la pareja, etc”. Si este es tu caso,
según Gargallo, quizás sea la hora de dejar de esconderse y dar el paso. Y es
que siempre que se cierra una puerta, se abre una ventana, para recordarnos que
siempre hay tiempo para volver a enamorarse.
FUENTE: El País
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