Parado sobre barro espeso entre árboles quemados y una losa de concreto donde solía estar su casa, Peter Ruprecht admitió no estar seguro de cómo o cuándo reconstruir.
Todavía estaba aturdido por lo que el clima cada vez más volátil de Australia había generado: primero, una sequía; después, devastadores incendios forestales, y luego, 30 centímetros de lluvia de una tormenta tropical.
“Es imparable”, dijo Ruprecht, un exproductor de lácteos. “Solemos hablar de la calidez de la Madre Naturaleza, pero ella también puede ser violenta, salvaje e implacable”.
La temporada de incendios infernales de Australia se ha calmado, pero su gente está enfrentando más de una sola crisis. Con inundaciones que destruyen casas cerca de donde hasta hace poco las llamas ardían, los australianos están afrontando un ciclo de lo que los científicos llaman “extremos agravados”: un desastre climático que intensifica el siguiente.
Las temperaturas más altas hacen más que solo secar la tierra. También calientan la atmósfera, lo que significa que las nubes acumulan mayor humedad por mayores períodos de tiempo. Por lo tanto, las sequías empeoran, generan incendios y luego causan lluvias torrenciales que no pueden ser absorbidas por la tierra seca.
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