Los primeros recuerdos que tengo se remontan a la década de 1940 en un departamento de Londres situado en la calle Kensington Park con una cocinita y dos habitaciones pequeñas en plena guerra mundial. El edificio era un hogar temporal para refugiados de todos los rincones de la Europa ocupada por los nazis. La capital británica estaba sitiada.
El racionamiento de alimentos, los toques de queda, las cortinas opacas y la escasez de casi todo moldeaban nuestra vida cotidiana. Durante los ataques aéreos, los residentes se reunían en los cuartos estrechos de techos bajos del sótano a entonar canciones y compartir té con galletas.
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