El afroamericano de 46 años que murió en un caso de abuso policial había perdido su trabajo como portero de un bar latino. Estuvo preso por robo y tenía una hija de seis años en Houston, donde había nacido. Allí fue un prometedor jugador de baloncesto y fútbol americano
Cuando George Floyd era un ala cerrada del equipo de fútbol americano de la escuela secundaria Jack Yates en Third Ward, Houston, uno de los barrios predominantemente afroamericanos de la ciudad, sus compañeros lo veían como uno de los atletas más prometedores del vecindario, uno de esos que tienen permiso para soñar en grande.
Anotaba touchdowns o canastas casi a placer, valiéndose de un físico dotado para convertirse en profesional. Tanto, que su equipo escolar llegó a la final estatal de 1992 y pudo saborear la sensación de jugar en un gran estadio, el Astrodome. Aunque perdió ese partido 38 a 20 contra la escuela Temple, Floyd pensaba en grande.
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