Según el titular del Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades de EEUU, si todo el mundo las usara la pandemia "estaría bajo control en cuatro, seis u ocho semanas”. Un estudio comparó cubrebocas caseros, pañuelos plegados y otras protecciones
De un simple pañuelo a las mascarillas comerciales, pasando por las que se hacen en la casa, la protección contra el COVID-19 es real, pero varía. (REUTERS/Jason Cairnduff)
Cada vez hay más pruebas de la utilidad de las mascarillas en la lucha contra la pandemia del COVID-19: cualquier forma de barrera ayuda a prevenir la transmisión, aun si la persona infectada se halla cerca de otras. En principio, la gran protección que brindan es a los demás: impiden que las microgotas que contienen el coronavirus se expandan demasiado lejos en el aire, y en demasiada cantidad. Pero también hay evidencia de que protegen a quienes la usan de la absorción de esas partículas de otros.
Debido a que en los Estados Unidos el contagio volvió a los niveles de los peores días del pico de la pandemia, en abril, el director del Centro para el Control y la Prevención de las Enfermedades (CDC), Robert Redfield, dijo en una videoconferencia la Asociación Nacional Médica (AMA): “Si pudiéramos lograr que todo el mundo usara una máscara ahora, realmente creo que podríamos tener esta epidemia bajo control en cuatro, seis u ocho semanas”.
Infografía: Marcelo Regalado
Redfield había publicado, poco antes de esa declaración, una columna de opinión en JAMA, la revista académica de la asociación, sobre la eficacia del sencillo método de cuidado comunitario y personal. Citó un estudio realizado entre 75.000 trabajadores de la salud de Massachusetts, que al comienzo de la pandemia tenían una tasa de infección del 21,3%, y que en poco tiempo luego de la imposición del uso obligatorio de barbijos pasó al 11,5 por ciento.
Sus comentarios se dieron pocos días antes de que el presidente Donald Trump aconsejara, en Twitter y al retomar las conferencias de prensa sobre el COVID-19, el uso de mascarillas faciales. No obstante, “los expertos advierten que el empleo generalizado de cubrebocas no elimina la necesidad de seguir otras recomendaciones, como el lavado de manos frecuente y el mantenimiento de la distancia social”, subrayó Caitlin McCabe en The Wall Street Journal (WSJ), donde hizo un análisis de los distintos tipos de máscaras disponibles y sus ventajas y desventajas.
Un estudio de Florida Atlantic University midió cuánto se dispersan las microgotas que pueden contener el SARS-CoV-2 a través de distintas mascarillas. (FAU)
El texto se basó en una investigación de Florida Atlantic University (FAU) que simuló la emisión de una tos detrás de distintas opciones de barbijo, excepto las mascarillas quirúrgicas y las N95, por considerar que se deben reservar para el personal de la salud. El trabajo, publicado en la revista académica Física de los Fluidos, comprobó que la transmisión del SARS-CoV-2 se reduce espectacularmente con distintas formas de cubrebocas: un pañuelo de algodón plegado (una cobertura improvisada), una bandana de material elastizado, una mascarilla de algodón cosida en la casa y una mascarilla comercial estilo cono (que no son N95, sino las más comunes que usan los odontólogos o los trabajadores de la construcción).
Si la tos puede impulsar las partículas, como los microorganismos, a viajar más de 2 metros, el simple acto de cubrir la boca y la nariz con una barrera corta la distancia de manera drástica, hasta entre 2 y 18 centímetros. La menor efectividad se observó en la bandana de material elastizado (de 7,5 a 18 centímetros), seguida por el pañuelo de algodón plegado (de 2,5 a 7,5 centímetros), la mascarilla casera de dos capas de algodón cosidas (6 centímetros) y las mascarillas comerciales estilo cono (2 centímetros si se las ajusta correctamente a la cara).
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