(EFE).- Filipinas ha cerrado sus aulas hasta que la vacuna contra la COVID-19 esté lista y ha impuesto un modelo de enseñanza a distancia lleno de retos para miles de familias con pocos recursos, pero un «call center» con 70 profesores está disponible de lunes a viernes para resolver por teléfono o chat las dudas de los estudiantes.
«Este curso va a ser muy difícil para los maestros, pero sobretodo para los alumnos. Con este programa tratamos de facilitar las cosas y atendemos preguntas de cualquier alumno del país de primaria o secundaria», explica a EFE Rochel Gumangan, una profesora de 26 años contratada para participar en este proyecto bautizado «Tele-Aral», iniciativa del ayuntamiento de Taguig, una de las ciudades más ricas de las 17 que conforman el área metropolitana de Manila.
CURSO DE RETOS
Después de retrasar el inicio del curso dos veces -debería haber comenzado en junio-, Filipinas retomó las clases el pasado 5 de octubre de forma no presencial, con un sistema «online» que ha dejado a 3 millones de niños en riesgo de abandono escolar porque no disponen de dispositivos electrónicos o conexión a internet.
Tele-Aral fue concebido inicialmente solo para los alumnos de Taguig, pero ante los desafíos que plantea este curso para los 24,6 millones de estudiantes filipinos matriculados en primaria y secundaria -22,5 millones en escuelas públicas y 2,1 millones en privadas-, el Departamento de Educación solicitó a ese ayuntamiento que extendiera el servicio a todo el país.
«La mayoría de las consultas tienen que ver con matemáticas», señala Rochel después de haber explicado por videollamada con una pequeña pizarra la resolución de una ecuación a una alumna de séptimo grado.
Su compañera Janine atiende principalmente dudas de la asignatura de inglés, «gramática y ortografía sobre todo», y explica que la mayoría del millar de consultas que reciben diariamente son por Facebook, ya que muchos hogares en Filipinas no tienen conexión wifi, pero sí disponen de un plan de datos en el teléfono que permite conectarse a esa red social.
No en vano, Filipinas es el país del mundo que más tiempo pasa conectado en Facebook.
CAPITAL «CALL CENTER»
Como muchos de los maestros de Tele-Aral, Rochel y Janine trabajaron durante la carrera en un «call center», ya que Manila se convirtió hace una década en la capital mundial de esos centros de atención al cliente de diferentes multinacionales, sector que antes de la pandemia empleaba a más de un millón de filipinos y acaparaba el 11% del PIB de Filipinas.
«No solo tienen formación en educación, sino que la mayoría tienen experiencia en atención al cliente por teléfono e internet», remarca George Tizon, director de Educación del Ayuntamiento de Taguig y promotor de Tele-Aral.
Las medidas de seguridad son fundamentales: chequeos de temperatura a la entrada, mascarilla y pantalla facial obligatoria, mamparas de separación y distancia social entre los trabajadores para evitar contagios de COVID-19 en el país que lidera las infecciones en el Sudeste Asiático -unos 345.000 casos y más de 6.300 muertes- con Manila como principal foco.
El «call center» está instalado en el colegio «Renato Cayetano» y utiliza los ordenadores de los laboratorios de informática de las diez escuelas públicas de secundaria de Taguig.
Pero Tele-Aral no es solo una solución a la actual crisis de COVID-19, sino que será una pieza fundamental en nueva normalidad pos-pandemia, incluso cuando haya vacuna disponible.
«Queremos implantar un sistema mixto. En Taguig ya no volveremos al aula tradicional, sino que vamos a aprovechar este experimento durante la pandemia para elevar el nivel de nuestra educación con esos programas de innovación», explicó Tizon.
LOS MARGINADOS
Pese a iniciativas como Tele-Aral, el Departamento de Educación estima que unos 3 millones de menores se han quedado sin escolarizar respecto al año anterior y muchos de los matriculados tendrán que superar grandes dificultades para seguir las clases en este nuevo modelo.
En otras partes de la capital -donde un tercio de sus 14 millones de habitantes vive bajo el umbral de la pobreza-, miles de familias han tenido que hacer un gran esfuerzo económico para adquirir dispositivos y conectividad a la red.
«Me he gastado 5.000 pesos (más de 100 dólares) es comprar un teléfono para que mis dos hijos puedan sumarse a las clases online y comunicarse con los profesores», cuenta Christine Gamboa, que trabaja como empleada del hogar en varias casas de Manila.
A pesar de su empeño, es consciente de que sus hijos de 8 y 6 años no van a aprender este curso tanto como si acudieran todos los días a clase, pero se conforma con que no pierdan el curso y está mucho más tranquila teniéndolos en casa frente a la amenaza de la COVID-19.
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