La Real Academia de la Lengua Española (RAE), define política como el arte, doctrina u opinión relacionado con el gobierno de los Estados, también como la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos.
En síntesis, "la política es el arte de gobernar", como diría el filósofo Aristóteles en la antigüedad.
Cuando se habla de gobierno, es difícil hacerlo sin referirse al multifacético Maquiavelo, de quien se desprende el pensamiento político moderno, cuyas enseñanzas soy hoy asimiladas por los grandes líderes de masas. Este entendió que el gobierno implica una actividad que se orienta a un fin, para lo cual el gobernante debe poseer efectiva y eficazmente las capacidades políticas suficientes para controlar, maniobrar y estabilizar los ordenamientos que dan forma al cuerpo político.
Incluso el propio padre de nuestra Patria, Juan Pablo Duarte tenía su pensamiento sobre la política, manifestado cuando expresa que esta, "es la ciencia más pura y la más digna, después de la filosofía, de ocupar las inteligencias nobles". Sin dudas, ese pensamiento duartiano, perdura en los corazones de los verdaderos dominicanos.
Partiendo de esos insignes y sublimes pensamientos, entonces, si la política es arte, es ciencia, una doctrina, ¿cuál es el afán de convertirla en una porquería cualquiera?, ¿por qué embarrar de ignorancias el concepto?, ¿por qué hacerla parecer otra cosa tan distinta a lo que es?
Hoy por hoy, está demostrado que estamos muy alejados de lo que es la política, que busca el bienestar colectivo y más bien nos hemos adentrado en la búsqueda de bienestar individual, pero mediante el engaño y maltrato a colectividades. Los hombres tienen palabras en exceso, pero escasa palabras cumplidas. Para ocupar algún nivel de poder en el Estado, se incurren en innumerables e inimaginables diabluras, pero ¿a costa de qué o de quiénes?.
La prudencia y el respeto, están bastante distantes del quehacer político. Parece que la intención no es ayudar, sino "ayudarse" uno mismo.
Quienes pretenden conquistar el favor del pueblo, se han convertido en parte del problema, del desorden y de la violencia. Difícilmente se les ve en los tribunales, pero viven en dimes y diretes de pecados veniales y capitales, involucrando y llevándose entre sus garras a todos los incautos que se hacen eco de mentiras, medias verdades, chismes, farándula y toda clase de excremento con lo que solo se consigue el rompimiento de relaciones sinceras o un eterno vivir en una falsa armonía para guardar apariencias.
No hay respeto, ni por la amistad ni por la sangre. Las contiendas electorales son campos de guerra, donde las armas son el conocimiento de los pecados ajenos y las múltiples caras y el escudo las ofensas y mentiras tanto de un bando como del otro, porque nuestras leyes son débiles.
Quizás sin darse cuenta, los politiqueros se jactan de desconocer las normas sociales de convivencia, dictadas por el simple sentido común del que aparentemente carecen. Se jactan de violar las leyes, e incitan a que sus adeptos también lo hagan y así continuamos eternamente viviendo en la ignorancia, porque en ella hay mayor felicidad.
Politiquero, porque no se puede llamar político a quien no ve el arte ni la ciencia en la política. Son comediantes del poder, que eligieron mal su carrera en detrimento de toda una comunidad. En un circo, estuvieran bastante bien ellos y estuvieran bastante bien los demás. Pero mientras exista quien aplauda y se goce en esos adefesios, entonces el teatro continuará.
Reyes F.
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